La huída

31 mayo, 2014

Anunció que se marchaba. Había decidido que en Italia le estaba esperando un futuro muchísimo mejor. En apenas una semana. Se lo anunció a sus padres justo después de comprar un vuelo de ida a Florencia. Su vida aquí había dejado de tener sentido, no había nada que le motivara a quedarse. Sin trabajo, sin Miguel y con la apatía que le oprimía no quería seguir.  Sí, irse a Florencia era la solución a todos sus problemas. Allí conseguiría ser feliz. De verdad.

No escuchó las súplicas de su madre; tampoco las rugientes amenazas de su padre gritándole lo inconsciente e inmadura que estaba siendo. Inmadura ella… ¡Ja! Se había hartado de ser lo que los demás querían que fuese. Ya era hora de volver a coger las riendas. Florencia era el bálsamo que necesitaba, sin duda. Conocería a un montón de gente. Y allí no tendría problemas para encontrar un trabajo hablando italiano tal y como ella lo hacía. Empezaría de nuevo, dejando atrás los fantasmas aquí. Todo sería diferente.

Ojalá así hubiese sido. La triste verdad es que se marchó a Florencia. Y, muy a su pesar, el rumbo de sus planes se torció. Es cierto que rápidamente encontró trabajo como recepcionista en una pequeña escuela de pintura y una habitación en un piso compartido con dos chicas inglesas. Sin embargo, la apatía que le oprimía el pecho seguía allí. Intentaba congeniar con sus compañeras pero eran demasiado raras y calladas. En la escuela tampoco hubo mejor suerte. Su existencia florentina consistía en un ir y venir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Deambulaba sola por la ciudad en sus días libres. En un primer momento hizo un pequeño esfuerzo por conocer gente, que se esfumó ante la primera dificultad.

Fue entonces cuando sus viejos fantasmas regresaron; aunque, en realidad, nunca habían dejado de acompañarla.

Huir es un mecanismo de defensa que activa el miedo en todos los seres humanos. Nos aleja de lo considerado peligroso. Sin embargo, una huída puede resultar una vía de escape para no afrontar situaciones que no se saben resolver o que cuesta afrontarlas. Este comportamiento suele ser común para las personas que padecen un trastorno de la conducta alimentaria. La baja autoestima, la inseguridad, la minusvaloración hace empequeñecer la percepción de uno mismo y de su capacidad, distorsionándola. Y ante la desagradable sensación que produce la distorsión, sobre todo en momentos donde la exposición de la persona es importante o surge una complicación, se activa el mecanismo de la huída o el de la evitación.

Casi todos los pacientes de trastorno de la conducta alimentaria se han planteado alguna vez dejarlo absolutamente todo y marcharse para empezar desde cero en otro lugar donde nadie pueda saber de su pasado. La fantasía termina de construirse en su mente con un espejismo: todo será diferente en el lugar de destino. Allí serán capaces de dejar atrás sus síntomas. Acaban por relacionar su mal con el lugar donde se encuentran y no lo reconocen como una distorsión.

Porque su malestar se encuentra dentro de sí y los acompañará allá donde vayan si no piden la ayuda adecuada para poder salir adelante.

 

 

 

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