1 agosto, 2012
”Aunque no tiene capacidad para decidir por sí misma, es completamente consciente de su situación”. Este pensamiento, entre otros, han hecho muy difícil al ya popular juez británico del Tribunal de Protección de Londres, tomar la rotunda decisión de someter a tratamiento contra su voluntad y la de su familia a una paciente con anorexia de 32 años de edad.
La paciente, que ya no es una adolescente, aboga haber tomado la “libre” decisión de abandonarse a una especie de eutanasia pasiva, con el apoyo de sus familiares y amigos más cercanos. Esta libertad que lleva por bandera es cuestionable y relativa. Nos resulta sencillo discriminar si una persona que padece una enfermedad mental como la esquizofrenia está o no en posesión de sus facultades; las cosas no parecen tan sencillas cuando hablamos de trastornos de la conducta alimentaria. No asumimos que es una enfermedad mental, con todo lo que conlleva.
Resulta complicado hacer entender el concepto de Trastorno de la Conducta Alimentaria como Enfermedad Mental. Hemos decicido normalizarla socialmente para no afrontar que convivimos con un modelo de estética enfermo y “quitarle hierro al asunto” pues nos da cierta tranquilidad de conciencia. Esto no esconde el que la mujer que sufre de esta patología no tenga en este caso libertad para tomar la decisión más importante de su vida, ni otras muchas intermedias. La deprivación alimentaria merma cuantitativa y cualitativamente las capacidades cognitivas y la toma de decisiones. Además, estamos ante una enfermedad de 21 años de evolución complicada con un alcoholismo. En contraposición a las declaraciones de la familia que “creen que se le ha de permitir tener una muerte digna” y desde nuestro conocimiento y experiencia sobre esta enfermedad, estamos obligados a defender su derecho a tener una vida digna que le permita decidir con libertad real.
¿Qué razones pueden llevar al círculo más íntimo de una persona a vislumbrar la muerte de la misma como la solución al problema? En principio podría ser el resultado de una tremenda deseperación y un profundo cansancio. La cuestión sería saber de dónde nace tal desesperanza. Quizás en ningún momento nadie les ofreció el tratamiento adecuado; quizás se encontraron en numerosas ocasiones con el tópico “hasta que ella no quiera, no se curará”. Qué ridículo sería escuchar a un médico diciendo a un paciente con esquizofrenia “no, mire, hasta que no lo desee y esté convencido 100% no se curará, así que no le voy a tratar porque no funcionará”.
Sería cuanto menos interesante poder ver el modelo de comprensión de la enfermedad que se ha ofrecido a esta familia a lo largo de tantos años de evolución para que llegados a este punto la muerte (eso, sí, muy “voluntaria”) sea siquiera una posibilidad.
Desde una situación nutricional compatible con un correcto funcionamiento mental y un profundo trabajo de reestructuración psicológica y de los ámbitos sociofamiliares del paciente, desde ese punto, podríamos empezar a hablar de libertad.
Cuando no tienes nada, desde luego no hay nada que perder. El juez ha decidido dar una oportunidad a esta mujer para poder experimentar un estado físico y psicológico diferente en contra de su voluntad. Se pone sobre la mesa la cuestión de qué ocurriría una vez la paciente hubiese recibido el tratamiento adecuado, se encontrase en posesión de un grado de salud física aceptable y con los pilares psicológicos necesarios para ir reconstruyendo su vida. ¿Seguiría siendo la muerte una opción?
Artíulo El País: Un juez británico obliga a alimentar a una mujer anoréxica
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